La sala, protegida por biombos y tapizada con una gran sábana plástica satinada, se ilumina con azules suaves que evocan el fondo marino. En una caldera japonesa, el gel de algas Nuru se templa hasta alcanzar la temperatura exacta del cuerpo humano. La terapeuta vierte un hilo del gel sobre su brazo y lo extiende sobre tu pecho: el frescor inicial se transforma enseguida en un calor agradable al contacto con la piel. La textura sedosa elimina toda fricción, preparando el terreno para un baile fluido que imita el movimiento del agua.
Con movimientos amplios y ondulantes, la terapeuta utiliza torso, brazos y muslos para deslizarse sobre ti en un contacto que mantiene la presión justa, nunca abrupta. Cada parte del cuerpo actúa como instrumento de masaje: caderas describen círculos en la región lumbar, antebrazos recorren costados y piernas, y la sensación húmeda produce una suerte de ingravidez. Respirar acompañando ese vaivén resulta natural: el aire entra más hondo, la mente se vacía con la cadencia de las olas imaginarias que la luz azul proyecta en el techo.
A mitad de la experiencia, un breve intervalo sirve para renovar el gel y trabajar zonas específicas con mayor detalle; se emplean suaves digitopresiones en puntos de tensión crónica antes de integrar otra vez el movimiento global. En la fase final, la terapeuta sincroniza su respiración con la tuya, deslizando el cuerpo más lentamente hasta detenerse con el corazón apoyado sobre tu espalda, transmitiendo un pulso común. Durante unos segundos todo permanece quieto salvo el latido compartido. Entonces se retira con delicadeza, limpia el gel sobrante con toallas calientes y perfuma el ambiente con un ligero rocío de agua de rosas. Te incorporas con la piel hidratada, los sentidos afinados y la impresión de haber flotado en un océano íntimo, del que sales renovado y sorprendentemente ligero.